Los sones ecos y recuerdos
de un hermoso día soleado
evitan la sombra y el miedo frío,
obvian el pardo y deshilachado
sombrero de la tristeza.
Ponen en mis ojos, su luz destellante
de bello y colorido iris.
Su deslumbrante relámpago danzarín
de esplendor,
Son, maná para mis flores vivas,
grandes y lozanas flores coloridas
ahítas de belleza, aroma y ensueño.
Pese a ello...
si, un día, vuelvo a rodar
entre las alegrías y tristezas de este Mundo,
a las primeras besaré con deleite su mano,
a las segundas, de mí, muy lejos pondré,
a desmano,
y fuera de alcance …
¡ Oh, Dios!
rayos dorados de Springland,
mirlos alados de mi dulce paraíso,
sueños adorables que yo vestí de rosa...!
¿Deberé partir de vos algún día?
¿Alejar de mi vuestro fulgor,
ese cielo y mar
bajo el que suelo gozosa soñar?
¿Tendré que olvidar mi armoniosa nube
renunciar a mi yo de alegre cigarra matutina,
con su diario, cantar y danzar?
¿ Para y, por qué?
¿Acaso para sufrir y llorar,
caminar por una despreciable
realidad sombría, gris, apagada y fría?
Entonces… ¡No, nunca jamás, qué tristeza!
mil veces antes, prefiero partir
a volver a vivir en silencio
entre rejas, sin luz,
sin flor, melodía, ave,
ni amor, aroma y fulgor
sería para mí cual...
retomar aquel sordo
e inútil teléfono descolgado
del ayer.
¡No, jamás!