A ese que tiene los cabellos dorados como las mieses,
ojos de cielo, de riachuelo, de marina y arroyo,
con el que transito las noches estrelladas,
bajo el lamé plateado de los luceros argentos,
envuelta en efluvios, suspiros,y susurros,
velos y tules,
en compañía de todas las arpas, flautas
y violines del Universo.
A ese que viene a mí,
desde las perfumadas praderas y los bosques,
resurge de entre las finas arenas blancas de mis playas,
o transita las sabanas de espliego de mi lecho,
cuando tomados de las manos, ambos…
Él y yo
con los ojos aposentados en el lago púrpura del amanecer,
en sus nieblas blanquecinas y las sonrosadas del alba,
nos unimos en la más dulce y estrecha caricia,
cual si fuésemos dos albos cisnes
elegidos por Afrodita para un amor eterno,
e indisoluble,
y su más sublime delicia…