Todos los que me crucé,
caminaban en silencio y cabizbajos,
eran cual días grises y plomizos
carentes -aparentemente- de ilusión y emociones,
al mirarlos se comprendía que miraban
pero no veían
solo se dejaban arrastrar…
No llamó su atención el vuelo de las mariposas,
sobre el rosal rojo de las flores aterciopeladas,
de una belleza deslumbrante.
Tampoco lo hizo el riachuelo de aguas cristalinas
que brincaban sobre las piedrecitas relucientes
de su fondo,
emitiendo singulares notas musicales;
no despertó admiración en ellos,
la majestuosidad de los cedros
que custodiaban la senda,
ni siquiera el canto maravilloso de los mirlos,
y hasta afirmaría, sin temor a equivocarme,
que ni se percataron de lo juguetón de aquel rayito amarillento
de sol que comenzaba a asomar, por entre las nubes,
esperando su momento para sorprender gratamente,
y deslumbrar con su presencia alegre
y colorida.
No pude evitar sonreír y sentirme, cual siempre, cómplice
y amante del astro rey,
había que lograr que abriesen los ojos y vibrasen,
de emoción,
no solo que al mirar ¡ Viesen!
sino que además…
sintiesen la ilusión, el gozo y la alegría,
esa inmensa gratitud de estar vivos,
y poder expresar lo que se siente!