Ya hace dos siglos y todavía lo recuerdo,
cual si fuese hoy…
Fue un importante encuentro,
entre un hombre y una mujer,
de cariz fundamentalmente romántico,
en la anatomía experimental de mi desnortada vida
de reinventora de absurdos e incongruencias,
sed de emociones, experimentos fascinantes,
rocambolescas, impensadas y excitantes aventuras,
a vuelos y viajes
Por aquel entonces daba cobijo a gatos
y perros abandonados.
Ayudaba a las mariposas en apuros,
dialogaba con árboles y aves,
saludando diariamente al sol y al mar.
Coleccionaba objetos extraños,
fruslerías, metales, joyas, piedras preciosas,
y elementos superfluos que hablaban del surrealismo
de una aparentemente utilidad,
a los que yo desterraba de su uso habitual,
sedienta de nuevas ideas.
Aquel elemento con el que me topé
no era un costoso lienzo de Van Gogh,
ni poseía el peso aquilatado y destello deslumbrante del Koh-I-Noor
tampoco era uno de esos fastuosos palacios del Rin,
o una valiosa obra del Louvre.
Tan solo ...
un ser animado, dotado de vida propia
de nombre Richard,
cuando él casualmente curioseaba las estolas variopintas
de mi Parque de las Brisas Doradas,
y quiso el Hado que nos topásemos.
El jugando al despiste, tatareaba un son alegre y pegadizo,
al que yo respondí alegremente,
trenzando rítmicos e impecables pasos de danza.
Ya frente a frente nos miramos fijamente
con curiosidad,
y descubrimos un apacible atardecer conciliable,
sellando tal aceptación, con un armisticio de buena voluntad,
después de observarnos detenidamente mirándonos a los ojos
durante unos fugaces instantes.
Aceptó formar parte de mi inusual y variopinto museo
en Usa.
Surcando el espacio juntos,
llegamos a mágica ciudad de los rascacielos,
esa que jamás duerme,
y al posar nuestros pies en su asfalto,
me tomó dulcemente entre sus brazos
y ya éramos uno solo, cuando involuntariamente
se nos encendió una mutua y graciosa sonrisa
de simpatía y complicidad.
Lo guie hasta mi casa- museo, en Manhattan…
Él sí que era un elemento vistoso y decorativo,
sus ojos eran apacibles, como el lago de mis amores, en Primavera,
sus cabellos doradas y suaves espigas de oro,
los dedos de su mano, largos y elegantes;
la figura armoniosa, muy alto y bien formado…
Y…
Sabía bailar, algo indispensable para mí…
además entendía de “ moda, diseño y trapitos”
y me aconsejaba, a toda hora,
con su bella sonrisa de alba ribeteada de eternidad.
Así danzamos felices bajo las lunas de Agosto
seleccionando nuestros mutuos ropajes musicales predilectos,
yo elegí a Carmen Cavallaro, y Mancini, solía hacerlo,
aún en los otoños negro-azules de mi séptimo cielo
bajo las estrellas de Manhattan…
Él salía a curiosear y siempre regresaba con
algo carente de utilidad, pero...¡ Tan bello y original,
que nos hacía felices a ambos…
tratando de descubrir para qué podía utilizarse?
Mas...
Un día terrible… se desencadenó el principio del, fin:
Primero él trajo un globo aerostático
de grandes dimensiones, al que hicimos un hueco,
compactando alguna bisutería inservible,
en la terraza de nuestra setenta y una planta,
otro estuvo cincuenta y tres largos días
hablando en esperanto y lenguas muertas.
Rogándome finalmente
que caminásemos sobre el centro de los azulejos
sin pisar las rayas que los unía,
algo que los irritaba enormemente.
Empeñándose , en que saliésemos a dar un paseo
por entre las nubes, para volar y acariciar estrellas,
pero - sin globo- diciendo venga ¡ Vamos!
Yo dije ¡ No!- con horror-
Entonces él se fue por los aires, no sin antes darme
un beso largo, largo. Un larguísimo beso de amor
dejando en mi boca
la resplandeciente flor de su sonrisa,
diciéndome….¡ Volveré amor,
voy a buscar una rosa para ti, mi vida !
Y setenta y una plantas más abajo
desapareció para ya no volver.
¡Qué tristeza! Extrañé a Richard...
Ahora sé que , a veces, una sola palabra
podría haber significado mucho,
cuando se da en reclamar a
la presencia
de un ayer extraño y sombrío…
¡Richard mi amor, I love you, Sé que regresarás
y que en alguna de nuestras próximas vidas
reanudaremos el gozo de aquel beso y rosa
que un lejano día me prometiste.